domingo, 20 de abril de 2008

CASI

Cuando Ana pensó que su suerte por fin había cambiado, no había reparado en el hecho de que esa mañana se despertó y caminó sobre el pasillo, tomó con su mano izquierda la taza vacía que siempre llenaba de café antes de desayunar y la llenó de agua; esta vez no tomó café como siempre lo hacía, sino bebió esa agua fría que el clima cálido de esa extraña primavera obligaba a su cuerpo a exigirle a ella un mimetismo con el templado líquido; la tomó pensando que un poco de liquidez en su sangre le traería un mejor fluido de ideas en su cabeza -¡por dios, qué cosa!- necesarios para tomar esa decisión que mucho tiempo atrás la tenía tan aterrada, tampoco había repardo que al bañarse con agua fría esa mañana, el vapor acostumbrado que salía por debajo de la puerta y por la ventana del baño junto con la luz de esa temprana mañana y las partículas de polvo que su perro levantaba al correr y menear la cola para esperar verla salir por esa puerta no serían evidenciadas en su bamboleante andar por el aire. No reparó en todas esas cosas que rompieron su cotidianeidad, no reparó que por fin había pensado en subirse a un taxi para no llegar tarde a su trabajo. Y, por un instante, pensó que su suerte había cambiado, pensó en todas las cosas que dejó detrás y que ahora, justo ahora, no importaban, pensó que por un instante tendría el valor de llamar, reservar, tomar ese avión y echarse en un asiento totalmente reclinado molestando al pasajero de atrás mientras los audífonos recién desempacados de la bolsa se acomodaban en sus orejas para poder escuchar la película que pasaban, "the fight club", mira que casualidad.

Pero ese instante se fue como se iba siempre que vivía una noche de sueños destrozados, de imágenes inciertas atropelladas y caóticas; el beso en la boca de su jefe (¿o jefa?), el arma escondida debajo del saco lista para defenderse de la bestia que siempre acosaba su sombra, el roce sensual de esa superficie afelpada, la violenta felicidad de sentirse caer y volar, de volar y caer y despertar sobresaltada y pensar que tenía que beber agua para dejar fluir las ideas, para adelgazar la sangre, despertar y necesitar la ducha fría, estar despierta y sentir que nuevamente era importante ganarse el pan, llegar temprano, hablar con la madre, tomar el avión. Ese instante se fue y volvió a mirar de frente el espejo de su vida llena de números y cuentas, la oficina y escritorio lleno de hilos de imágenes flotando en derredor, llenando los instantes lejanos con cercanos, respondiendo las miradas ajenas con lo más superficial de su mirada y no reparó, como nunca lo hacía, en que instantes atrás había vislumbrado acercarse a la idea que tanto le atarraba y dominaba sus noches, no se percató que regresaba a ser esa Ana Degollado, la otra, la de ahí, la de siempre y tampoco se percataría, como nunca lo hacía, que a la mañana siguiente bebería café como todas las mañanas en que no pasaba la noche anterior rozando la superficie afelpada, destrozada en imágenes violáceas y marrones, de su propia felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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