jueves, 14 de enero de 2010

El mecanismo de construcción de una estructura. Trastocada por manos ajenas, una vida se retuerce en su presente, intentando identificar los nodos temporales y espaciales en que este vuelco o aquel nacieron para dirigirse al punto más elevado. Empieza en una hoja verde, la más alta de su copa, baja por las nervaduras siguiendo las palpitaciones de su savia, se divide, se tropieza, llora, se desgarra, se pierde entre la corteza y sus rugosidades, encuentra el ángulo y entiende. Sigue bajando, encuentra una coyuntura, ríe, entiende, llora, y sigue. Casi llega, siente las fibras más densas, más viejas, más amargas. Casi. Se empapa en la esperanza. Se embriaga en la dinámica. Llega a la tierra. Sin respuestas.
Otra hoja, faltó esa rama... y la otra... y la otra... Y se pregunta qué busca, para qué. Confunde el temblor de su miedo y lo justifica por el viento entre sus hojas. Se queda estática y recuerda que su existencia será demasiado larga; es vida de un árbol. Decide así estampar en su memoria su estructura actual, quedarse inmóvil, enamorarse de sus vuelcos y de los negativos de su imagen. Sabe que el ciclo de las preguntas volverá, pero para eso tiene tiempo, y ella solo se dejará llevar: ha entendido que es un juego para pasar el rato y, como todo juego, sin placer no funciona. Habrá que esperar la ansiedad por el incógnita y bajar de nuevo por sus venas cargando en su nuca una ilusión nueva.

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