ICN, madrugada. ¿Qué hago en el cubículo de Andrea?... No, más bien, ¿qué hace su cubículo en el ICN? Platicamos, como siempre, de la vida, de la profundidad de los sentimientos. Ella trabaja, ambas platicamos. ¿Hay un refri?... Mmm... OK, hay un refri... uno mini. El Insitituto está solo y al asomarme por la puerta veo el pasillo del edificio viejo y las puertas de los cubículos de estudiantes. La puerta abierta deja salir nuestra charla y alguien la escucha. Ese alguien sube las escaleras, da vuelta en el pasillo y se para debajo del marco de la puerta. Un tipo raro, estudiante sin duda. 'Escuché ruidos, ¿qué hacen?'. 'Trabajando'. Andrea, como siempre, valiente, encaró la situación; yo también me vi tranquila. Las dos nos estábamos cuidando una a la otra y cada quien a sí misma. Finalmente, el tipo este, tranquilamente, se fue del cubículo. Yo estaba bastante nerviosa, pero, al igual que Andrea, controlaba la situación. Él era un estudiante que jamás habíamos visto por ahí... Y no nos inspiró nada de confianza... Definitivamente un tipo raro. Se fue y cerramos la puerta. Seguimos platicando. Andrea, trabajando en la compu.
Pasaron unos minutos y escuchamos los pasos del tipo acercarse de nuevo. Sabíamos que nuestra situación no era la más oportuna: Solas en el instituto en plena madrugada: ¿3 am? No lo recuerdo bien. Él tocó la puerta del cubículo y pronunció algunas palabras, creo que quería platicar, al parecer, sentía buena la idea de compartir nuestros desvelos; pero ambas sentíamos mucha desconfianza, pensamos que, aunque fuera honesto, no nos íbamos a sentir a gusto con su presencia. Andrea, hábilmente y sin abrir la puerta le dijo en voz alta '¡uy, justo estamos a punto de dormirnos!', y apagó la luz momentáneamente. El tipo entendió y se fue. Oimos sus pasos alejarse por el pasillo. Yo tenía miedo, y sabía que Andra también, pero sabía que siempre se nos ocurriría algo para afrontar cualquier otra situación. Ella, por alguna razón, no lucía serena, estaba inquieta, ¿molesta, quizá? Comenzó a chatear con Milton. Claro, ya era hora, él ya estaría despierto. Ella se concentró completamente en eso. Yo miré por la ventana y vi una luz tenue en una de las oficinas del edificio que se encuentra frente al nuestro separado por un jardín. ¿Es la luz de Sussmann? -pregunté. ¿Sussman? -preguntó ella. 'No sé, ¿sí?'. 'Pues acuérdate que él se queda a dormir acá a veces...'. 'A ver... No, esa luz es de la oficna de Salgado. Pero fíjate bien, no es que esté prendida, es solo la luz del pasillo que se cuela por la ventila de su oficina'. 'Ah, es cierto, tienes razón'. '¡Lo que es querer ver esa luz prendida!' -pensé. 'Curioso, es la misma vista que tiene Chamín desde su cubículo... ¿Pues dónde es que queda el cubículo de Chamín?, ah, sí, en el piso de abajo, creo' -pensé. Volteé y Andrea estaba chatenado con Milton, él le preguntaba cómo podía llegar al metro Miguel Ángel de Quevedo y preguntaba por una puerta y una casa azul... ¿puerta?, ¿casa azul?. Andrea inquirió para qué quería saber eso. 'Oooh, nomás' -respondió él. Visiblemente a disgusto, Andrea terminó de platicar. 'Bueno, luego nos vemos' -dijo ella. Vamos a desayunar, acordamos. Ella preparó su desayuno: un huevo estrellado que se llevó al plato sin la yema, cocinado en la estufita que estaba al lado del refri. '¿No te comes la yema?'. 'No, tiene muchas calorías y no es muy buena'. 'Ah, órale, voy a hacer lo mismo de ahora en adelante'. (Risas de las dos). Preparé un huevo batido, sin sal, como siempre (la sal no es buena, pensaba, por eso siempre lo como así). Terminando, acomodamos unas yerbas comestibles y, no sé cómo, nos enteramos por fin por qué Milton buscaba esa dirección. No recuerdo bien, pero creo que le habían encargado buscar un lugar para una fiesta sorpresa de no sé quién. Él indagaba sobre el lugar, era todo. Todo bien, en realidad. Amanecía, la luz entraba por la ventana de mi cocina y Andrea y yo acomodábamos las yerbas sobre el refri de mi casa...