Cuando era niña, era más o menos fácil ver regularmente en el jardín de mi casa muchísimas lagartijas, alacranes, 'caras de niño' e, incluso, tarántulas. Supongo que la convivencia con estos animales y la actitud de respeto hacia la naturaleza que me inculcaron mis padres hicieron que yo creciera confiando en esos bichos teniéndoles respeto y guardando distancias sin mucho temor.
Con el paso del tiempo las tarántulas dejaron de aparecer (me parece que coincidió con la llegada de 'Bona', nuestra primera perra), pero los otros especímenes siguieron apareciendo más o menos seguido. Hasta la fecha, no es raro entrar en una habitación de la casa y ver un alacrán prendido de la pared o ser despertada por el estruendoso ruido de un 'cara de niño' arañando con sus patas una caja de cartón o por su inconfundible azotar de patas en el piso. Lo que procede, si ocurre algo así, es tomar un bote vacío, un papel, atrapar al bicho y sacarlo al jardín lejos de la casa y seguir con las actividades cotidianas.
Sin embargo, lo que ocurrió anoche fue totalmente extraordinario. Dormía un sueño medio tranquilo (con un poco de molestia en mi estómago, pero nada como para despertarme completamente), cuando, sobre el brazo en el que apoyaba mi cabeza, sentí el cosquilleo inequívoco del trote de ocho patas presurosas recorriendo mi piel. Naturalmente, abrí los ojos y con una mezcla de sorpresa y susto miré a no más de quince centímetros de mi cara la figura negra y sólida de un alacrán adulto con su cola encorvada caminando firmemente sobre la sábana de mi cama. Por puritito instinto (recién despertado es lo único que a uno le fuciona bien, supongo) me hice para atrás y me senté para alejarme del animalito aquel. Después de meditar sobre los riesgos inmediatos y ver que estaba fuera de peligro, procedí como de costumbre: tomé un bote de plástico, un fólder de mi escritorio y atrapé a mi insomne compañero de cama para después dejarlo sobre mi mesa esperando que amaneciera para ser liberado (no tenía ni la más remota gana de salir a esas horas de la madrugada al jardín para depositar al bicho).
Regresé a la cama, sacudí la almohada, revisé un poco el área donde dormiría y vi, sin enfocar todavía bien por culpa del sueño apabullante, una hormiga roja gigante atravesando la superficie todavía caliente de mi lecho.... "No, no puede ser, ¿de qué se trata esto?... ¿Reunión de bichos en mi cama?", me dije.
Con el paso del tiempo las tarántulas dejaron de aparecer (me parece que coincidió con la llegada de 'Bona', nuestra primera perra), pero los otros especímenes siguieron apareciendo más o menos seguido. Hasta la fecha, no es raro entrar en una habitación de la casa y ver un alacrán prendido de la pared o ser despertada por el estruendoso ruido de un 'cara de niño' arañando con sus patas una caja de cartón o por su inconfundible azotar de patas en el piso. Lo que procede, si ocurre algo así, es tomar un bote vacío, un papel, atrapar al bicho y sacarlo al jardín lejos de la casa y seguir con las actividades cotidianas.
Sin embargo, lo que ocurrió anoche fue totalmente extraordinario. Dormía un sueño medio tranquilo (con un poco de molestia en mi estómago, pero nada como para despertarme completamente), cuando, sobre el brazo en el que apoyaba mi cabeza, sentí el cosquilleo inequívoco del trote de ocho patas presurosas recorriendo mi piel. Naturalmente, abrí los ojos y con una mezcla de sorpresa y susto miré a no más de quince centímetros de mi cara la figura negra y sólida de un alacrán adulto con su cola encorvada caminando firmemente sobre la sábana de mi cama. Por puritito instinto (recién despertado es lo único que a uno le fuciona bien, supongo) me hice para atrás y me senté para alejarme del animalito aquel. Después de meditar sobre los riesgos inmediatos y ver que estaba fuera de peligro, procedí como de costumbre: tomé un bote de plástico, un fólder de mi escritorio y atrapé a mi insomne compañero de cama para después dejarlo sobre mi mesa esperando que amaneciera para ser liberado (no tenía ni la más remota gana de salir a esas horas de la madrugada al jardín para depositar al bicho).
Regresé a la cama, sacudí la almohada, revisé un poco el área donde dormiría y vi, sin enfocar todavía bien por culpa del sueño apabullante, una hormiga roja gigante atravesando la superficie todavía caliente de mi lecho.... "No, no puede ser, ¿de qué se trata esto?... ¿Reunión de bichos en mi cama?", me dije.
Ahora pienso que quizá el alacrán se levantó en la noche por un bocadillo y perseguía a la hormiga que se metió en mi cama con la idea de escurrirse entre los pliegues de mis sábanas, sin pensar en que su anfritriona podria ser importunada por su perseguidor.
En fin, después de aventar de un manotazo a la hormiga al piso, decidí ya no pensar más en eso y dejarme vencer por el sueño, total... ¡quién sabe cuántos alacranes hayan pasado sobre mí en alguna otra noche cuando realmente haya estado muerta de cansancio!
En fin, después de aventar de un manotazo a la hormiga al piso, decidí ya no pensar más en eso y dejarme vencer por el sueño, total... ¡quién sabe cuántos alacranes hayan pasado sobre mí en alguna otra noche cuando realmente haya estado muerta de cansancio!